Sebastián Acevedo
Releer, algo tan tradicional en mi, ya que después que leo un libro me gusta volver a leerlo para ver si encuentro algo nuevo y aquí está.
Cuando hojeaba el libro "Soy Testigo", del juez René García Villegas, me encontré a boca de jarro con la página 132, a mitad de página un subtítulo y decía lo siguiente:
INMOLACIÓN
"Hace tres días que no como ni duermo. Tres días de sufrimiento. No puedo comprenderlo.... ¿por qué mantienen escondidos a mis hijos?"
Las ideas se agitaban en la mente de ese hombre.
Todo comenzó en la madrugada. 09 de noviembre de 1983. Eran las 6.45 cuando quince civiles armandos de metralletas bajaron de cuatro furgones y ocuparon la modesta casa de Coronel.
"Su hija, María Candelaria. ¿Dónde está? Nos llevaremos a sus hijos. Son terroristas" Sebastián Acevedo intentó resistir pero fue derribado a golpes.
Entretanto, se llevaban a su hija, ojos vendados, manos amarradas hacia uno de los furgones. Sebastián y su mujer Elena quedaron ahí, petrificados, de sus ojos brotaban copiosas lágrimas.
Galo Fernando, el otro hijo, acababa de ser detenido simultáneamente en Concepción, donde trabajaba.
Por la mente de Sebastián desfilaban sombrías ideas. Negros caminos. Su mente se sumía en la desesperación.
"Voy a decirles a los curitas que me crucifique."
"Que ellos me claven."
"Si no, voy a inmolarme."
¡Inmolarme! El pedernal se había acercado ya a la yesca seca de su mente perturbada. "Dios mío", habrá dicho Elena, pensando aterrorizada.
Caminaban, caminaban. Caminaban. Todo inútil ¿Dónde los tienen?
De repente, SEbastián se acercó a su mujer y la agrazó sollozando: "Elena, ya no los encontraremos. Mis cabros están muertos"
No habló más. Rehuía la presencia de la madre de sus muchachos.
¡Qué hermoso día! La primavera lucía sus galas. Y súbitamente...., todo fue tan rápido. Una llamarada estalló delante de las gradas de la Catedral. "Santo Dios". Los transeúntes corrían locos, sin saber qué hacer. Un teniente de Carabineros se acercó. Nada se podía intentar.
Empapadas sus ropas de bencina y parafina, Sebastián Acevedo les había prendido fuego. Ardía, como tea humana. Y gritaba: "Que la C.N.I. me devuelva a mis hijos".
Minutos después.... nada, sino unas cenizas humeantes. Sebastián Acevedo se había inmolado. Nos quedamos recordando la Escritura:
"Nadie tiene más amor que él que da la vida por los demás."
Cuando hojeaba el libro "Soy Testigo", del juez René García Villegas, me encontré a boca de jarro con la página 132, a mitad de página un subtítulo y decía lo siguiente:
INMOLACIÓN
"Hace tres días que no como ni duermo. Tres días de sufrimiento. No puedo comprenderlo.... ¿por qué mantienen escondidos a mis hijos?"
Las ideas se agitaban en la mente de ese hombre.
Todo comenzó en la madrugada. 09 de noviembre de 1983. Eran las 6.45 cuando quince civiles armandos de metralletas bajaron de cuatro furgones y ocuparon la modesta casa de Coronel.
"Su hija, María Candelaria. ¿Dónde está? Nos llevaremos a sus hijos. Son terroristas" Sebastián Acevedo intentó resistir pero fue derribado a golpes.
Entretanto, se llevaban a su hija, ojos vendados, manos amarradas hacia uno de los furgones. Sebastián y su mujer Elena quedaron ahí, petrificados, de sus ojos brotaban copiosas lágrimas.
Galo Fernando, el otro hijo, acababa de ser detenido simultáneamente en Concepción, donde trabajaba.
Por la mente de Sebastián desfilaban sombrías ideas. Negros caminos. Su mente se sumía en la desesperación.
"Voy a decirles a los curitas que me crucifique."
"Que ellos me claven."
"Si no, voy a inmolarme."
¡Inmolarme! El pedernal se había acercado ya a la yesca seca de su mente perturbada. "Dios mío", habrá dicho Elena, pensando aterrorizada.
Caminaban, caminaban. Caminaban. Todo inútil ¿Dónde los tienen?
De repente, SEbastián se acercó a su mujer y la agrazó sollozando: "Elena, ya no los encontraremos. Mis cabros están muertos"
No habló más. Rehuía la presencia de la madre de sus muchachos.
¡Qué hermoso día! La primavera lucía sus galas. Y súbitamente...., todo fue tan rápido. Una llamarada estalló delante de las gradas de la Catedral. "Santo Dios". Los transeúntes corrían locos, sin saber qué hacer. Un teniente de Carabineros se acercó. Nada se podía intentar.
Empapadas sus ropas de bencina y parafina, Sebastián Acevedo les había prendido fuego. Ardía, como tea humana. Y gritaba: "Que la C.N.I. me devuelva a mis hijos".
Minutos después.... nada, sino unas cenizas humeantes. Sebastián Acevedo se había inmolado. Nos quedamos recordando la Escritura:
"Nadie tiene más amor que él que da la vida por los demás."
Un triste recuerdo que marcó uno de los tantos casos de gente que perdió a sus seres queridos...
Y esa realidad se repite a diario con la cantidad de personas que desaparecen, claro que en otros tiempos y quizás en qué circunstancias